lunes, 25 de febrero de 2019

Momento


Llegó el momento de volcar, la necesidad última de mi ser, de mi alma, volcar y vaciar, todo en la escritura…
Comienzo a sentirme mal físicamente, incluso débil, con un peso en la garganta y otro en el estómago… he abandonado la escritura de adrede, he querido alejarme de lo que siempre me atrapa, mi vicio. No quería esta conexión con las emociones… mi psiquiatra dice que tengo Alexitimia… a propósito de emociones, no las sé identificar ni mucho menos encausar.

Las puertas se me van abriendo de a poco, voy comprendiendo lentamente, como pizcas de azúcar que los dioses van echando en el cuenco de mi vida… de a poquito todo. A veces quisiera todo de inmediato, que caiga la avalancha sobre mí, que me aplaste y me hunda hasta morir en la tierra húmeda, siendo ella mis huesos y mi sangre. Pero no es así. El Buda me entrega una enseñanza y se retira…soy una mujer violenta ¿cómo puedo seguirte señor?

Cierro los ojos tantas veces, y prefiero hacer como que no me has tocado, como que no me has hablado nunca, como que nunca has adornado un nido como un sutil pajarillo, para acunar tu esencia con la mía, a pesar de ser la mía tan oscura, tan vaga, tan infiel e incomprometida. Siendo tu esencia sagrada, tan íntima, tan sabia, señor Buda.
Ahora he recibido una corona de tus manos, pero ¿por qué quiero llorar? Pienso en lo que has hecho por mí y asoman lágrimas ¿qué es esto? ¿por qué no puedo escuchar un mantra sin llorar?

Recuerdo mis primeros pasos en filosofía, antes siquiera de pensar en pensar… la ataraxia del sabio, ahora después de 20 años lo comprendo, ahora veo la visión del ego, la flor de loto, la meditación y la trascendencia; la ataraxia. Y solo debo dejarme llevar. Solo no hacer para hacer.
Ahora al fin comprendo en realidad al poeta:

Quedeme y olvideme
El rostro recliné sobre el amado
Cesó todo y dejeme
Dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado.

Tantas imágenes en mi mente, eres dueño de mí. Y no quiero que sea de otra forma. No quiero que estas lágrimas se vayan nunca de mis ojos, que dejen caminos que deban ser recorridos para siempre en mis mejillas. Porque son de amor, son hijas de una mano mística que ha acariciado alguna vez mi pecho, herido, abierto y palpitante de deseo, el que debe morir en esa misma mano.
Caigan sobre mí pétalos de loto y me inunden de silencio y de quietud. Que la ataraxia me eleve por sobre el ego, y siga recibiendo de tu miel en mi boca como el infante de los pechos de su madre el alimento que nutre y da vida.