jueves, 4 de noviembre de 2010

EL TABU MENSTRUAL

La sangre en general ha supuesto un importante tabú para muchas etnias (tabú, es una palabra derivada del polinesio tapu y que significa "señal muy fuerte", desempeñanado así un importante papel protector de la sociedad en general y del individuo en particular), siendo además un líquido de alta consideración social y mágica. La sangre se convertirá, por tanto, en la fuerza vital del pueblo, donde la de uno es de todos y pertenece en consecuencia a todo el clan. La sangre también es un símbolo de vida por lo que tendrá también atributos mágicos, así su manipulación podrá producir daños en la persona que la ha derramado y su caída en la tierra podrá tener consecuencias fatales para todo el pueblo...
La sangre de la mujer es la que ha llamado más poderosamente la atención en la mayor parte de las sociedades primitivas, pues si la sangre es en el fondo parte integrante de todo el clan, toda mujer la pierde siempre al abandonar la virginidad, con cada nueva luna y en el parto.

Vemos por tanto que la pérdida de sangre por parte de la mujer supone un hecho muy importante para muchos pueblos, así que no será de extrañar que nos encontremos en casi todas las épocas y en casi todo el mundo la idea que relaciona a la menstruación con ciertos temores sociales o personales y por la que la encontraremos rodeada de multitud de tabúes.
En la Biblia (Lev. XV, 19-32) nos encontramos con importantes referencias a la impureza del flujo sanguíneo de la mujer, del lecho en el que duerme durante ese período y de los muebles que toca durante el mismo; la impureza en el pueblo de Moisés se mantenía durante los días de duración del flujo menstrual mas siete días tras el cese de la hemorragia, debiendo llevar el octavo día dos tórtolas o pichones al sacerdote, uno para ofrecer en holocausto a Yavé y otro como sacrificio expiatorio por la impureza de su flujo.
En la india oriental, los ritos védicos de purificación de la menstruante eran muy precisos y establecían que la mujer debía frotarse los dientes, gargarizar doce veces y lavarse manos y pies, posteriormente zambullirse doce veces en el río y tras salir de él frotarse con lodo que llevara estiércol fresco, volver a zambullirse en el agua treinta y cuatro veces y repetir las friegas de lodo, repetir la inmersión veinticuatro veces, friccionarse el cuerpo con azafrán y, para terminar, otros veinticuatro chapuzones más...

La menstruación de la mujer es un rito importante en casi todos los pueblos, a veces de celebración donde las muchachas apaches que se encuentran en el último día de sus ceremonias, llevan la cara embadurnada de barro para indicar que han sido poseídas por la diosa de la tierra, diosa de la fertilidad.
A veces se les pinta de color rojo, color de la sangre, para indicar su estado como advertencia a todos los del poblado, cosa que hacen en ciertas tribus del Camerún. En otras ocasiones se hace al revés y se les pinta de blanco como a las muchachas tanzanas; los dayaks de Borneo no sólo les blanqueaban la piel, sino que les ponían vestidos blancos y les daban alimentos blanquecinos.

La impureza del período menstrual hace que aparezcan estrictas prohibiciones y serios tabúes a su alrededor, tanto que incluso los zulúes que tocan a sus mujeres durante este período llegan a ser apaleados. Podríamos poner miles de ejemplos como el de ciertas tribus australianas que prohiben a la mujer tocar los objetos considerados de propiedad masculina o pasar por los caminos que suelen transitar los hombres, o el de ciertas tribus ugandesas que lavan o queman los vestidos que ha llevado la mujer durante esos días y destruyen posteriormente la cazuela donde ha cocinado, o los de diversas etnias donde se les prohibe extraer agua de los pozos, atravesar a nado un río o bañarse cerca de los pescadores pues podrían ser la causa de ahuyentar la pesca.
Podemos ver en estos ejemplos el trasfondo maléfico que conlleva la sangre menstrual; diversas culturas africanas incluso llegan a pensar que si la mujer comparte la comida o el lecho del hombre durante este período le arrebatará la virilidad, se le ablandarán los huesos o se le ulcerarán los labios, o que si ordeña una vaca durante el periodo la leche se convertirá en sangre. Entre los ubangui se cree que la reglante no puede ni tan siquiera preparar la comida al marido, pues sería herido en la guerra y su sangre correría libremente fuera de su cuerpo.

Fuente
http://www.medspain.com/ant/n8_ene00/artic03_2.html

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